Proyecto de resolución sobre el Diálogo Social

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21 de febrero de 2002
83ª Reunión – 31ª Sesión ordinaria

Sr. Menem. — Señor Presidente: en realidad, no pensaba que el proyecto en consideración tuviera estas derivaciones. De lo contrario, hubiéramos venido con algún perfil de debate distinto. Suponía que se sancionaría rápidamente.
Se han puesto en juego una serie de consideraciones sobre nuestra realidad, cada una de las cuales quizás merecería un debate en particular. Se podrían rescatar muchas de las cosas que se han dicho, tanto para apoyarlas como para rebatirlas.
Por supuesto que en este momento nadie puede estar en contra de la concertación y del diálogo. Si mal no recuerdo, fue Platón quien dijo que el diálogo es el arte de los hombres libres. Y no conozco otra forma civilizada de conducir una sociedad que no sea a través del diálogo, salvo que pensemos en sociedades que no se basen en la democracia.
El problema está en una crisis de representatividad, que no es nueva porque la venimos viviendo desde hace mucho tiempo y, además, no es solamente un asunto argentino.
Cuando participo en las reuniones de la Unión Interparlamentaria, donde están representados 138 parlamentos de todo el mundo, y converso con mis colegas de África, Asia y Medio Oriente observo que en todos lados hablan de lo mismo: desprestigio de la clase política, ataques a la política, formas de jerarquizar la política, dar mayor calidad a la democracia, etcétera. Se hacen declaraciones, congresos y seminarios, pero en definitiva el problema es que hay una crisis de representatividad.
Aquel concepto de que el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes —la sabia disposición de 1853 que mantiene su vigencia—, desde algún tiempo necesita cierto tipo de complemento, que no es otra cosa que la democracia participativa.
Por eso, en la reforma constitucional de 1994 —confieso que me impulsó a hablar la referencia del doctor Alfonsín sobre la Convención Constituyente de ese año— abrimos la participación popular mediante muchas disposiciones que, quizá, no fueron tenidas en cuenta.
Por ejemplo, cuando propusimos la eliminación del voto indirecto para la elección del presidente y vicepresidente de la Nación y para senadores nacionales promovimos la participación de la gente; le dimos mayor protagonismo.
Cuando decidimos que los senadores no sean electos por las legislaturas provinciales sino por el voto directo buscamos la participación de la gente. No quisimos que los senadores surgieran por el fruto de acuerdos legislativos sino, lo reitero, por la participación del pueblo.
Cuando promovimos la autonomía a los municipios, que es la forma más directa de estar en contacto con el pueblo, también dimos mayor participación.
Cuando otorgamos jerarquía constitucional a los partidos políticos buscamos la canalización de la opinión y participación de la gente. Establecimos reglas claras para que el pueblo no participe de forma inorgánica sino a través de los partidos políticos.
Cuando en el artículo 42 de la nueva Constitución reformada le damos jerarquía a las organizaciones de usuarios y de consumidores es porque le estamos dando mayor participación a la gente. Es decir, los convencionales de 1994 sabíamos que la democracia representativa debía ser socorrida y asistida por una mayor participación.
Cuando establecemos los mecanismos de democracia semidirecta, como se le llama a la iniciativa popular o la consulta popular en sus dos o tres vertientes, también estamos hablando de dar una mayor participación, pero siempre en forma orgánica.
Lo que no sirve, lo que atenta contra la democracia es lo inorgánico, lo anárquico, lo que no va por sus carriles institucionales. Por eso comprendo las palabras del doctor Alfonsín en la defensa de los partidos políticos, en la defensa también de que haya una mayor participación de la gente siempre que sea en forma orgánica porque de otra forma nunca vamos a conseguir los resultados que queremos.
Los tres principios de la reforma de 1994 fueron: mayor participación, mayor control y mayor eficacia. Ahí han estado las ideas fuerza de esa reforma.
Aquí se habló también de los ataques a la política y a los políticos; fenómeno que debo reconocer no es solamente argentino. Pero es cierto también, y en esto comparto lo que decía mi colega el senador por Formosa, Mayans, que a veces los propios políticos hemos tenido la culpa, porque hay gente que ha hecho política no desde la construcción sino desde la destrucción del adversario.
Hay gente que sólo ha hecho política desde la denuncia, que nunca han hecho una propuesta de construir algo sino de destruir al adversario. Y los que han llegado de esta forma a ocupar cargos, después han demostrado que son absolutamente incapaces de construir algo para la sociedad y, en algún caso, huyeron cobardemente de los cargos que les ha dado el pueblo para que ejerzan esas responsabilidades.
Por supuesto, en esto también han colaborado algunos medios periodísticos creando falsos ídolos de barro, creando figuras, arquetipos de la política que eran nada más que eso, ídolos de papel que se cayeron al primer soplo de viento.
Quiero compartir —esta tarde que se habló de estos temas— con mis colegas algunas reflexiones que hizo Fernando Savater, ese gran filósofo y literato español que ha escrito varios libros como “Política para Amador” y “Ética para Amador”. De este último libro voy a sacar dos reflexiones que vienen a cuento de lo que decía también la señora senadora por Santa Cruz sobre el tema de lo parecidos que son los políticos a la sociedad que representan. Porque los políticos no venimos —como se dice habitualmente— de un repollo; los políticos no venimos de otro planeta; los políticos vivimos en la sociedad. Nos elige la sociedad. Nadie obliga a alguien a votarnos.
Los que hemos sido votados no hace mucho tiempo, no hace dos ni tres años, sino en octubre y que en mi caso particular con la colega, la senadora Maza, obtuvimos el 55 por ciento de los votos —no hubo voto bronca en mi provincia, fueron los índices habituales de votos en blanco e impugnados—, creo que tenemos la representatividad de nuestro pueblo y queremos que nos juzgue nuestro pueblo. Nosotros no tenemos la culpa de que a representantes de otras jurisdicciones no les vaya bien, no hayan sacado tantos votos o no tengan tanta representatividad. Queremos que a cada uno nos juzguen por nuestros actos, no por pertenecer a una supuesta “clase política”.
Dice Fernando Savater, en un capítulo que se llama “Elecciones generales”—y Savater no es político, por supuesto—, le dice a Amador, que se supone que es su hijo: “¡La política es una vergüenza, una inmoralidad! ¡Los políticos no tienen ética! ¿A que has oído repetir cosas así un millón de veces? Como primera norma, en estas cuestiones de las que venimos hablando, lo más prudente es desconfiar de quienes creen que su ‘santa’ obligación consiste en lanzar siempre rayos y truenos morales contra la gente en general, sean los políticos, las mujeres, los judíos, los farmacéuticos o el pobre y simple ser humano tomado como especie.”
Se refiere a aquellos que viven despotricando o denostando en general a las clases, generalizando. Él le aconseja a Amador que desconfíe siempre de ellos.
Y dice, en otra parte de este capítulo: “Ahora bien: ¿por qué tienen tanta fama los políticos? [Estamos hablando de otro país, de España]. A fin de cuentas, en una democracia, políticos somos todos, directamente o por representación de otros. Lo más probable es que los políticos se nos parezcan mucho a quienes les votamos, quizás incluso demasiado; si fuesen muy distintos a nosotros, mucho peores o exageradamente mejores que el resto, seguro que no los elegiríamos para representarnos en el gobierno. Sólo los gobernantes que no llegan al poder por medio de elecciones generales (como los dictadores, los líderes religiosos o los reyes) basan su prestigio en que se les tenga por diferentes al común de los hombres. Como son distintos a los demás (por su fuerza, por inspiración divina, por la familia a que pertenecen o por lo que sea) se consideran con derecho a mandar sin someterse a las urnas ni escuchar la opinión de cada uno de sus conciudadanos. Eso sí, asegurarán muy serios que el ‘verdadero’ pueblo está con ellos, que la ‘calle’ les apoya con tanto entusiasmo que no hace falta ni siquiera contar a sus partidarios para saber si son muchos o menos de muchos.”
Esto es, señor presidente, lo que quería compartir esta tarde que se habló tanto de la política y de los políticos. Estamos aquí porque nos han elegido. El arma que tiene el ciudadano para cambiar esta situación es el voto. No hay otra. Comprendo las manifestaciones. Estamos en una democracia. Se pueden hacer, siempre y cuando sepan que el derecho de uno termina donde comienza el derecho de los otros.
Vivimos en una profunda crisis. Yo podría contestar a lo que dijo recién el senador Maestro respecto de lo que creí interpretar en sus palabras en relación a ese caballito de batalla de la herencia recibida. No lo voy a hacer porque creo que no es el caso y, también, por consideración. Porque si hablamos de lo que hizo el gobierno de la Alianza en estos dos años, realmente entraríamos en una polémica en la que podríamos decir cosas terribles en referencia a lo que puede llegar un desgobierno. Pero no es éste el tema. Creo que, hoy, de lo que estamos hablando es de la concertación, del diálogo.
Apoyo con todo el énfasis y me siento representado por muchas de las cosas que ha dicho el doctor Alfonsín, no por todas. Porque le digo a mi respetado colega que los que piensan distinto respecto de la solución de la devaluación no son autoritarios, ni están en contra de la soberanía del país. Tienen directamente una opinión distinta sobre un tema que, además, no es de fondo. Es nada más que un esquema cambiario. Es importante, pero no es lo esencial. Como decía Saint Exupery, “lo esencial es invisible a los ojos”. Y creo que lo esencial no está en este sistema cambiario sino en el fondo de la economía, en la productividad, en el crecimiento, en el desarrollo, en la estabilidad, en el respeto a los derechos humanos y en todos esos temas sobre los cuales los argentinos hace mucho tiempo que deberíamos haber dejado de discutir—en eso creo que estamos todos de acuerdo—.
En definitiva, apoyo el diálogo político y la concertación. Ojalá sea ésa la forma en que podamos sacar el país adelante.

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