Homenaje al senador Deolindo Bittel

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24 de septiembre de 1997 – 80ª Reunión
Diario de Sesiones – Tomo 6 – Páginas 5015 y 5016

Sr. Menem. — Señor presidente: me siento total y absolutamente representado por los emotivos conceptos que han vertido quienes me precedieron en el uso de la palabra.
Podría obviar mi intervención en esta oportunidad, pero el hecho de haber sido uno de los pocos senadores que estamos sentados en este recinto y que tuvimos el honor de compartir la banca con Bittel desde 1983, me crea el deber moral de decir unas palabras, que seguramente no van a ser muy distintas de las que pronuncié ayer en ocasión del sepelio de nuestro compañero, ya que tuve el honor de despedir sus restos.
Quisiera traerles la vivencia de lo que sentí ayer en el Chaco. Pocas veces vi una manifestación tan espontánea del pueblo al volcarse a las calles a despedir a uno de sus más preclaros líderes, un hombre querido, de pueblo. Fue prácticamente un acto sin ceremonial, espontáneo, un acto improvisado desde el dolor y la congoja. La gente se abalanzaba a “acariciarlo en madera”, “a bendecirlo”, a decirle “vamos, Chacho”. La marcha partidaria lo acompañó durante todo su recorrido, desde que salió de la Casa de Gobierno hasta el cementerio. Y muchos nos vimos sorprendidos —no sabíamos que iba a pasar así— cuando al entrar al cementerio escuchamos los sones de “La Cumparsita”. Así lo había pedido Bittel, que era un amante del tango. En su sencillez, que lo caracterizaba, había pedido que cuando lo enterrasen se escuchara ese tango que él quería tanto. También pidió —como me acota el compañero Cafiero— que su féretro, además de estar cubierto por la bandera nacional y por la bandera peronista también lo estuviese por los colores de su querido club, Chaco For Ever, aunque debo decir también que siempre íbamos a la cancha a ver a nuestro querido River Plate.
Siento una sincera envidia de los compañeros y colegas que pueden contar tantas historias de Bittel, de esa lucha política en las épocas negras en las que demostró su coraje y entereza. Sí debo decir que lo conocí precisamente en ese entonces, ya que creí un deber agradecerle precisamente esa carta dirigida a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, porque mi hermano, el actual presidente de la Nación, estaba preso no sólo bajo los rigores de la prisión sino también bajo los rigores del Acta de Responsabilidad producto de la dictadura. Entonces, fui a darle mi sincero agradecimiento porque, realmente, ése fue un acto de valentía.
En su oportunidad dije a Bittel que, por su valentía, me hacía recordar a otro Chacho ilustre que hubo en el país, como fue el Chacho Peñaloza, nacido en mi provincia.
Si hay una característica que siempre pensé que distinguía a don Deolindo Bittel es, precisamente, la humildad. Fue un hombre sencillo, humilde y austero, como aquí ya se ha dicho. Pero su humildad no era simulada sino una cualidad que realmente practicaba.
Recuerdo la oportunidad en que realizamos la primera reunión de bloque, allá por noviembre de 1983. Se hallaban presentes figuras prominentes del justicialismo y, por supuesto, estaba don Deolindo Bittel. Los que todavía no éramos conocidos pensamos que como Bittel venía de ser candidato a vicepresidente de la Nación, por lo menos aspiraría a ser presidente del bloque o, en su defecto, de alguna de las comisiones más importantes; pero no fue así. Bittel no solicitó ocupar ninguno de esos cargos; simplemente quiso ser un soldado raso. Y él era, quizá, quien tenía más títulos y más antecedentes como para ocupar la presidencia del bloque o ser una de las autoridades de la Cámara.
Don Deolindo Bittel recordó graciosamente esa circunstancia mucho tiempo después, cuando se disputaban algunas presidencias de comisión, e intervino para decir: “Compañeros: yo no pedí estar ni de aguatero en este partido. Por qué no resignan sus pretensiones si, en definitiva, vamos a estar siempre todos juntos.” Así era Bittel: el hombre que siempre predicó la unidad; el hombre que desde su banca siempre hizo escuchar su voz conciliadora. Además, nunca ofendió a nadie.
Cuando ayer recordaba otro de los valores fundamentales de don Deolindo Bittel, el de la lealtad, dije que fue leal con todos: fue leal a su doctrina y fue leal a su partido porque mantuvo viva la llama del peronismo en los momentos más difíciles. También fue leal y solidario con sus compañeros y con sus adversarios.
Entre las palabras pronunciadas por los senadores León, Losada y por otras figuras ayer en el Chaco, también se escuchó que don Deolindo Bittel nunca generó rispideces ni odios. Su tono fue siempre conciliador pero firme en la defensa de su posición y siempre respetuoso de sus adversarios.
Señor presidente: todos tuvimos oportunidad de verlo doblarse de dolor en su banca pero siempre firme, cumpliendo con su deber. Y esto realmente constituía un aliciente para todos nosotros porque decíamos: “Si Chacho está ahí y aguanta su dolor, cómo nosotros no vamos a hacer, por lo menos, lo mismo que él, que predica con su ejemplo.”
También recordamos el ejemplo de su renunciamiento. Dejó estas bancas, llamado por su pueblo, porque debía cumplir con un servicio al Chaco y al peronismo de su provincia, luchando por la intendencia de Resistencia.
Desde luego, también ahí cumplió su misión con honradez, con solvencia, y con ese sentido de patria que tenía Bittel, porque fue de aquellos que no sólo recitaban algunos preceptos de nuestra doctrina sino que también los cumplían, como aquel de que por encima de los intereses de los hombres y del propio movimiento están los intereses de la Patria.
Bittel siempre cumplió con esos preceptos, por eso se ganó el respeto de todos sus conciudadanos: de los compañeros y de sus adversarios políticos.
Señor presidente: vamos a extrañar muchísimo a Bittel. Lo extrañaremos aquí, en estas bancas, en nuestras reuniones de bloque, en esas conversaciones que siempre teníamos, a veces sobre asuntos triviales.
Él era un hombre que derrochaba bondad. Podemos destacar sus virtudes políticas, cívicas pero fundamentalmente lo debemos destacar como un hombre de bien, porque para ser todo lo que fue Bittel, antes que nada hay que ser un hombre de bien; no hubiera podido hacer nada de lo que hizo en política si no hubiera empezado por ser un buen hombre, como lo fue Bittel, y como lo reconocimos todos los que ayer asistimos a su sepelio.
Termino con un recuerdo. Hace un momento evocaba a nuestro Chacho Peñaloza quien, en mi opinión, tenía mucho que ver con Bittel. En primer lugar, —como recordaba aquí el compañero Cafiero—, porque es un hombre que murió en su ley: fue a participar en un acto político, en el que inclusive habló, y de ahí se fue directamente al sanatorio. Murió en su ley; murió defendiendo una causa. Fue un acérrimo defensor del federalismo y fundamentalmente fue una persona que supo respetar a sus conciudadanos y que se ganó el respeto de todos ellos.
Por eso, creo que en ese lugar que seguramente Dios le tenía predestinado, sin dudas, se encontrará con el espíritu del otro Chacho y se darán un gran abrazo. Lo único que anhelo es que recuerden que en su momento yo los comparé y creo que la comparación vale, porque fueron dos hombres que lucharon por sus ideales, por su provincia y por la Patria (Aplausos en las bancas y en las galerías.)

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