Homenaje al ex Primer Ministro de Israel Yitzhak Rabin con motivo de su asesinato

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8 de noviembre de 1995 – 51ª Reunión
Diario de Sesiones – Páginas 5321 a 5323

Sr. Menem. — Señor presidente, señores senadores, distinguidos visitantes: en nombre del bloque de senadores justicialistas vengo a rendir el más sincero y emotivo homenaje a la persona del primer ministro de Israel don Yitzhak Rabin, cuya vida fuera segada por las balas asesinas de un extremista el pasado 4 de noviembre.
En el proyecto de declaración que presentara en este cuerpo junto con el señor senador por Santiago del Estero doctor Omar Vaquir manifestamos nuestras condolencias al pueblo y al gobierno de Israel y a la familia del señor Rabin por este criminal atentado que terminara con la vida del primer ministro de ese Estado amigo y que enlutara a todos los países del mundo que aman la paz.
Hoy queremos reiterar esas expresiones ante el señor embajador del Estado de Israel en nuestro país, señor Itzhak Aviran, quien nos honra con su presencia, y la distinguida comitiva de representantes de la colectividad judía que lo acompaña, a quienes les pedimos que sean portadores de estas manifestaciones de pesar de los integrantes del Senado de la Nación Argentina ante todos sus destinatarios.
Luego de manifestar nuestro más enérgico repudio contra este nuevo acto de irracional violencia, en el punto 3 de nuestro proyecto exhortamos a todos los pueblos y gobiernos del mundo a intensificar sus esfuerzos en favor de la paz, como una forma de rendir homenaje al líder trágicamente desaparecido.
Hoy queremos ser consecuentes con esta exhortación y vamos a rendir nuestro homenaje a Yitzhak Rabin hablando de la paz, de esa paz que lo tuvo como uno de sus principales predicadores en los últimos tiempos y que le valió la justa adjudicación del premio Nobel, en 1994, junto con Shimon Peres y Yasser Arafat.
Por otra parte, no quiero desmerecer este sincero homenaje a un gran hombre hablando del asesino que apretó el gatillo. Sí quiero decir que es a ese extremismo, a ese fundamentalismo que el criminal representaba al efectuar los disparos, al que debemos combatir y desterrar para siempre de la humanidad. Porque no habrá argumento serio ni razón valedera ni fundamentación alguna que pueda, no digo ya justificar, sino siquiera explicar la utilización de esa violencia irracional que tanto dolor y lágrimas ha ocasionado en el mundo entero.
Los fundamentalismos, cualesquiera sean sus orígenes, podrán invocar razones religiosas y patrióticas en procura de justificar su accionar criminal, pero en definitiva constituyen una clara manifestación de intolerancia que ofende a Dios y a la dignidad del ser humano.
Por eso preferimos rendir nuestro homenaje hablando de este gran hombre que tanto representa en la historia contemporánea de su país; de este hombre que tuvo una destacada carrera militar que lo llevó a ser jefe del Estado Mayor de las fuerzas de defensa de Israel, que fue embajador en Estados Unidos, miembro de la Knesset, Ministro de Trabajo, Ministro de Defensa, presidente del Partido Laborista y Primer Ministro, cargo éste que desempeñaba cuando fue asesinado.
Muchos se sorprenden o encuentran paradójico que un hombre que dedicó gran parte de su vida a la carrera militar y que participó en tantas acciones de guerra se haya convertido en un luchador por la paz, al punto de ser galardonado; como recién recordaba, con el premio Nobel. Creo que no es difícil explicarlo, porque quien ha conocido tan de cerca los horrores de la guerra puede abogar con autoridad en favor de la paz.
Y el propio Rabin lo relataba dramáticamente recordando que con sólo 16 años —tiernos 16 años, él decía—, cuando la mayoría de los jóvenes bregan por descubrir los secretos de las matemáticas y los misterios de la Biblia, a una edad en que florece el primer amor, le entregaron un rifle para su defensa.
Muchos años después, más precisamente el 24 de octubre de 1995, en ocasión de celebrarse el 50º aniversario de las Naciones Unidas, al hablar ante la Asamblea General, refiriéndose al despertar de los pueblos a la libertad, ese niño, convertido ya en primer ministro de su país, diría que fue posible cumplir las palabras del profeta Isaías, hijo del pueblo judío: “. . .y tornarán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra…”
Es que luego de tantos años de confrontaciones bélicas Rabin había llegado al pleno convencimiento de que la única forma de lograr una convivencia pacífica en el Medio Oriente era a través del diálogo, de la negociación, del consenso, del entendimiento.
Tuve el honor y el privilegio de escuchar del propio Rabin sus ideas y su prédica en favor de una solución negociada a los problemas de Medio Oriente en ocasión de la visita oficial que efectuara a Israel, encabezando una delegación parlamentaria en 1990.
En esa oportunidad, junto con otros legisladores que están aquí, en este cuerpo, como el senador Romero Feris, el senador Romero, el entonces senador don Adolfo Gass —quien hoy también nos honra con su presencia— y el senador Vaquir, que también integraba la delegación, tuvimos la ocasión de mantener una reunión de trabajo con la Comisión de Relaciones Exteriores y de Defensa de la Knesset. Como uno de sus integrantes, Rabin nos explicó claramente su posición en ese sentido; posición que también era coincidente con la que momentos después tuvo Shimon Peres, hoy a cargo de la función de primer ministro. En ese momento, él también sustentaba que la única solución para conseguir la paz en Medio Oriente era a través de la negociación.
Seguramente Rabin, que había resultado victorioso en tantos combates —porque fue guerrero victorioso—, comprendió que en definitiva, “nunca se gana una guerra; lo que se gana es la paz”. Por eso se empeñó tanto en lograr los acuerdos para poner fin a la interminable lucha con los palestinos. Y las imágenes de Rabin, estrechando su mano con la del líder palestino Yasser Arafat y con el rey Hussein de Jordania, recorrieron el mundo llevando la buena nueva de que la paz era posible en el conflicto de Medio Oriente.
Y así lo expresa Rabin en su último discurso, minutos antes de ser asesinado, al afirmar: “Fui militar durante veintisiete años. Luché cuando la paz no tenía posibilidades. Creo que la paz tiene ahora posibilidades; muchas posibilidades. Debemos aprovecharla en nombre de todos los que están aquí parados, y en nombre de los que no están aquí, que son muchos”. Decía también: “Hoy debemos darle oportunidad a la paz”.
Coincidía así Rabin con la posición de Juan Pablo II, el Sumo Pontífice, que al defender la negociación como la única solución realista a la amenaza continua de guerra sostenía en junio de 1982: “La paz no es una utopía ni un ideal inaccesible ni un sueño irrealizable. La guerra no es una calamidad inevitable. La paz es posible”. Pensamiento coincidente de dos grandes hombres contemporáneos.
De todos modos, Rabin sabía que el logro de una paz definitiva y duradera era difícil y que debían afrontarse muchos riesgos. Por eso decía ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: “El camino aún es largo. Sin embargo, estamos decididos a continuar hasta que hayamos llevado la paz a la región, para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, y para todos los pueblos de la región. Esta es nuestra misión y la cumpliremos”.
Y alertaba al foro internacional en contra del terrorismo, al expresar en forma categórica: “Las Naciones Unidas deben apoyar a aquellos que trabajan por la paz. Deben intensificar la lucha internacional en contra del terrorismo y sus partidarios. El terrorismo es el cáncer del mundo de hoy. No se engañen. Aunque hagan caso omiso de él, el terror puede entrar en el hogar de cualquiera de ustedes. Hay que derrotar el terror. La paz debe triunfar. Esta es una lucha que no podemos perder”.
Por eso, y no obstante los peligros, las asechanzas y amenazas contra su vida, Rabin siguió adelante con sus gestiones por la paz y así pudo lograr los tratados con Jordania y con la O.L.P., y cuando desde ciertos sectores se le reprochó por tales acuerdos, su respuesta fue tan pragmática como contundente: “La paz no se hace con amigos sino con los enemigos”.
Como un fatal presagio de lo que ocurriría un instante después, en ocasión de pronunciar el que sería su último discurso, manifestaba: “Hay enemigos de la paz que están tratando de herirnos, a fin de torpedear el proceso de paz… Este es un camino lleno de dificultades y dolor. Para Israel no hay camino sin dolor; pero el camino de la paz es preferible al camino de la guerra”.
Señor presidente, señores senadores, distinguidos visitantes: con la muerte de Yitzhak Rabin la sagrada causa de la paz ha incorporado un nuevo mártir, que en el conflicto de Medio Oriente se suma al nombre del presidente egipcio Anuar El Sadat, muerto también por algunos fanáticos compatriotas suyos a raíz de haber firmado la paz con Israel.
Las actitudes de estos ilustres hombres deben servir de ejemplo para que quienes tienen la responsabilidad de conducir a sus países, no escatimen esfuerzos ni sacrificios hasta que la paz reine en todo el mundo, reivindicando la dignidad del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, que no podrá realizarse íntegramente si no es en un ambiente de paz y concordia con todos los hombres de la Tierra, sin distinciones de nacionalidad, religión o raza.
Por eso en nuestro proyecto de declaración exhortamos a todos los gobiernos del mundo a intensificar sus esfuerzos para la paz, porque entendemos que será el mejor homenaje que hoy le podemos tributar a Yitzhak Rabin. Los instamos especialmente a trabajar por una verdadera cultura de la paz que permita eliminar las causas que generan el odio, la intolerancia, la discriminación, cualesquiera sean sus motivos; una cultura de la paz que ponga énfasis en la necesidad de una convivencia pacífica, de la cooperación y de la creación de posibilidades de un desarrollo integral equitativo.
Porque la paz no puede basarse solamente en el cese del fuego o en la ausencia de la guerra sino, fundamentalmente, en la serenidad de los espíritus y en el amor al prójimo.
En ese sentido, cabe recordar que en la Carta de la Unesco se expresa que: “…y ya que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”.
Por eso hoy, al recordar en esta sesión al ilustre líder desaparecido Yitzhak Rabin, les pido a todos los que no nos limitemos a tributar nuestro homenaje con palabras que, por otra parte, nunca serán suficientes para significar la pérdida que representa la muerte de Rabin, sino que lo hagamos asumiendo el compromiso de trabajar permanentemente en favor de la paz y de la civilización del amor a la que se refiriera Juan Pablo II, en su discurso ante las Naciones Unidas.
De esta forma podrán hacerse realidad las palabras de aquel otro apóstol de la no violencia que trágicamente también cayera asesinado por sus compatriotas. Me refiero al Mahatma Gandhi, cuando decía: “No hay caminos para la paz, la paz es el camino”. (Aplausos.)

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