Homenaje a la Constitución Nacional a 150 años de su sanción

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7 de mayo de 2003
7ª Reunión – Sesión especial

Sr. Menem. — Señor presidente, distinguidos colegas: Hoy celebramos con fervor los 150 años de uno de los actos fundamentales de la Nación Argentina, como lo fue la sanción de la Constitución Nacional de 1853 que, junto con la Revolución del 25 de Mayo de 1810 y la Declaración de Independencia del 9 de Julio de 1816, constituyen los pilares básicos y fundacionales en los que se asienta la República Argentina.
Hoy venimos a rendir homenaje a los 150 años de vigencia del acta de nacimiento del país como República constitucional, pero también a rendir nuestro homenaje a los convencionales constituyentes que —al decir del italiano Orlando— pareció que estuvieron inspirados por Dios para sancionar la Constitución de 1853.
Los antecedentes históricos de nuestra Constitución son por todos conocidos; no voy a fatigarlos con la reseña detallada de un largo proceso que llevó más de cuatro décadas. Solamente me permitiré recordar que fue la consecuencia directa del Pacto de San Nicolás de los Arroyos del 31 de mayo de 1852; que a raíz de dicho Pacto, se reunió el Congreso Constituyente en sesiones preparatorias desarrolladas del 15 al 19 de noviembre de 1852; que el 18 de abril de 1853, el proyecto de Constitución fue presentado en el Congreso por el congresal Gorostiaga; que el 1° de Mayo de ese año fue sancionado, que el 25 de Mayo fue promulgada la Constitución y el 9 de Julio fue jurada por las autoridades.
También quiero mencionar que fueron veinticinco los convencionales constituyentes; y aunque no está claramente determinado si algunos la firmaron con posterioridad o no, lo cierto es que realizaron una tarea encomiable: se reunieron en la casa vieja del Cabildo de Santa Fe, donde se había firmado con anterioridad el Pacto de 1831, que fue uno de los pactos preexistentes a los que alude nuestro Preámbulo. Sin dudas, fue realmente una obra cuya transcendencia resultó extraordinaria desde todo punto de vista.
Quisiera citar algunos datos curiosos en la sanción de esta Constitución, los cuales recién comentaba a los distinguidos constitucionalistas, cuya presencia saludo. Y quiero reconocer a los que están aquí presentes: los doctores Antonio María Hernández, Alberto Dalla Vía y Alberto García Lema.
Un dato curioso de aquellos tiempos es que por La Rioja vino un convencional que no conocía la provincia, porque había sido designado por el gobernador Bustos, de quien era su amigo. Precisamente, por no vivir en La Rioja y no estar imbuido del espíritu federalista que traían todos los provincianos, hizo una propuesta que fue recogida en la Constitución de 1853, luego reformada en 1860, según la cual los gobernadores podían ser sometidos a juicio político en el Congreso de la Nación. Esta era una cláusula que tenía que ver más con un régimen unitario que con uno federal.
El otro dato curioso que siempre ha sido resaltado por los historiadores es que el presidente de la Convención Constituyente, Facundo Zuviría, cuando empezaron a tratar la Constitución, se pronunció en contra de la sanción de la misma. Dijo que no era oportuno; un argumento que después se utilizó cada vez que se quería reformar la Constitución. El argumento de la oportunidad o de la inoportunidad fue traído a colación para postergar cualquier tipo de reformas.
Pero Facundo Zuviría se opuso diciendo que la Constitución tenía que sancionarse en tiempos de paz, que todavía estaba convulsionada la Nación, que no era bueno hacerlo en esos tiempos y pedía la prórroga del tratamiento del tema. Lo cual fue refutado con las palabras brillantes tanto de Zavalía como de Gutiérrez en el sentido de que, precisamente, la Constitución era más oportuna que nunca porque gracias a ella se iban a pacificar los espíritus.
En definitiva, la Constitución significó un verdadero pacto de convivencia entre los argentinos, luego de años de luchas, enfrentamientos, derramamientos de sangre y antinomias entre federales y unitarios, que no terminaron por decreto pero sí la Constitución estableció las bases para un pacto de convivencia entre todos los argentinos.
Cómo habrá sido la importancia que adquirió después la sanción de la Constitución, que el propio Facundo Zuviría, que se había opuesto en un principio, quiso ser el primero en jurarla. Y para fundamentar su posición dijo palabras muy elocuentes: “Acabáis de ejercer el acto más grave, más solemne, más sublime que ha dado un hombre en su vida mortal: fallar sobre los destinos prósperos y adversos de su Patria, sellar su eterna ruina o su feliz porvenir. Los pueblos impusieron sobre vuestros débiles hombros todo el peso de una horrible situación y de un porvenir incierto y tenebroso. Nos han mandado darles una Carta Constitucional que cicatrice sus llagas y les ofrezca una época de paz y orden. Quiero ser el primero en jurar ante Dios y los hombres, ante vosotros que representáis a los pueblos, obedecerla y acatarla hasta en sus últimos ápices. Quiero ser el primero en darle a los pueblos el ejemplo. En la mayoría está la verdad legal, lo demás es anarquía.”
La Constitución de 1853 no fue obra de un grupo de iluminados ni fue la culminación de un proceso legislativo, sino la lucha de cuatro décadas en las cuales hubo muchísimos intentos por organizar definitivamente la Nación Argentina sobre bases sólidas.
En ese sentido, cuando hablamos de la Constitución Nacional, debemos tener en cuenta que el propio Preámbulo se refiere a los pactos preexistentes. Pero no voy a entrar en la discusión acerca de a cuál de ellos se refiere. Algunos sostienen que sólo al Pacto de San Nicolás de los Arroyos, al Pacto Federal y al Tratado del Cuadrilátero. Sin embargo, otros también consideran que se refiere a otros pactos anteriores, inclusive los tratados de paz y amistad con Gran Bretaña y España.
De cualquier modo, lo cierto es que la Constitución fue la culminación de una serie de esfuerzos, de una gran lucha y de distintos proyectos que llevaron cuatro décadas a los argentinos y que tuvieron en definitiva un claro inspirador, como fue Juan Bautista Alberdi, autor de “Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República Argentina”. Esta obra, al decir de algún autor, fue la “Biblia” para los constituyentes y la verdad revelada para el país por el espíritu de Alberdi.
Al respecto, cabe recordar que la comisión que preparó el texto constitucional estaba integrada por Benjamín Gorostiaga, Manuel Leiva, Pedro Díaz Colodrero, Pedro Ferré y Juan María Gutiérrez. Gorostiaga se encargó del Preámbulo y de la parte orgánica, y Gutiérrez, que fue el vocero de Alberdi en la Convención Constituyente, se ocupó de la parte dogmática.
Así se sancionó la Constitución, que fue orgullo para su tiempo y que se extendió en su redacción a través de los años, siguiendo las vicisitudes de nuestro país. Realmente, puede decirse que estableció las bases institucionales de la República Argentina.
Quiero destacar la importancia que tiene el Preámbulo de la Constitución, porque en él está revelado sintéticamente cuál fue el espíritu que llevó a nuestros constituyentes a sancionarla en 1853. Ese Preámbulo constituye —repito— una síntesis magnífica de lo que significa la Constitución Nacional, desde el principio, cuando señala: “Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina…” ¿En nombre de quién venían? Por voluntad y elección de las provincias que componían el Congreso Federal Constituyente. Es decir, venían legitimados por la designación de las provincias. Allí radica el sentido federal de la Constitución. Y esa circunstancia diferencia a nuestro Preámbulo del de la Constitución de los Estados Unidos, ya que este se refiere “al pueblo de los Estados Unidos”. En cambio, nuestra Constitución —que según Gutiérrez y algún otro convencional se basó en el molde de la Constitución de los Estados Unidos, lo cual fue motivo de una larga polémica entre Sarmiento y Alberdi—, tuvo características propias que tenían que ver con nuestra idiosincrasia. Es decir, tuvo una impronta nacional.
Eso se nota en el Preámbulo, por ejemplo, cuando al inicio, no habla del “pueblo”, sino de las “provincias”. También cuando habla de los pactos preexistentes. Es algo que se observa en la historia y en los fundamentos.
O sea, la Constitución no es una creación o una elucubración de veinticinco personas que se reunieron a ese efecto, sino que fue el producto de un proceso.
Las finalidades de la Constitución están claramente expresadas en su preámbulo: constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad. Allí están magníficamente resumidos los objetivos de la Constitución Nacional.
¿Cuáles son los destinatarios? “Para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. La nuestra, señor presidente, fue una Constitución generosa. Abrió los brazos a todo el mundo. Gracias a ella vinieron las corrientes inmigratorias. Y los que llegaron a nuestro país tenían los mismos derechos —o quizás más— que los propios nacionales, gracias a algunas disposiciones que les permitió optar por la justicia federal por el solo hecho de ser extranjeros.
Y por supuesto, la Constitución hace referencia a la invocación divina, ya que tenía un sentido religioso. En ella se invoca a Dios como fuente de toda razón y justicia.
Nuestra Carta Magna tiene un preámbulo que no es derecho positivo, pero que sirve para interpretar cabalmente cuál fue el espíritu que animó a los constituyentes de 1853, la finalidad que perseguían, la amplitud de sus objetivos y, en definitiva, el rumbo que le querían imponer a nuestro país.
Sobre la Constitución se han vertido muchas opiniones de distinto tono. He seleccionado las que me parecieron más adecuadas o acertadas, como por ejemplo la de Matienzo, que decía que la Constitución elaborada por el Congreso Constituyente de 1853 es, sin duda alguna, la obra de mayor sabiduría política que se ha producido en la República Argentina.
Joaquín V. González, mi ilustre comprovinciano, quizás vino a superar aquello que sucedió con el convencional Regis Martínez, ya que fue el que elaboró la teoría constitucional en nuestro país. Él fue uno de los primeros intérpretes de la Constitución Nacional. Joaquín V. González dijo que fue uno de los instrumentos de gobierno más completos, más orgánicos y más jurídicos, sin ser por eso estrecho ni inmóvil, que hayan consumado los legisladores de cualquier país o época.
Dana Montaño dijo que es el credo de la Revolución de Mayo hecho ley y el evangelio político de los argentinos.
La Constitución Nacional fue objeto de distintas reformas. En 1860 se la modifica para incorporar a la provincia de Buenos Aires, porque en verdad, la Constitución fue sancionada por las provincias del interior del país. Buenos Aires se incorporó siete años después, para lo cual hubo que modificar la Constitución en 1860.
En 1866 y 1898 se hicieron otras reformas que no tuvieron gran trascendencia. Y luego vino la época del Siglo XX, con más de cien proyectos para modificar nuestra Constitución, algunos de los cuales se cristalizaron y luego fueron dejados sin efecto.
La historia constitucional de nuestro país es una historia de intentos de reforma, de portazos, de sesiones fracasadas, de desencuentros y de proscripciones que le dieron una característica muy especial.
En 1949 se sancionó una Constitución moderna, de avanzada, en la que se incorporaron derechos fundamentales de los ciudadanos, de los trabajadores, de los ancianos y de la niñez. El desencuentro de los argentinos hizo que con la revolución de 1955 fuera dejada sin efecto, pero es claro: en la de 1949 se había levantado; no había querido participar un sector político de nuestro país. En 1957 se intentó una reforma y se llevó a cabo, pero con la proscripción de nuestro partido. También hubo portazos y sólo se pudo sancionar el artículo 14 bis. Hasta que llegamos a la reforma de 1994.
Alberdi ya había previsto que la Constitución no era una obra para todos los tiempos. No era una obra que tenía que ser inmodificable. Por el contrario, él decía gráficamente que es como los andamios para construir el edificio de la República, que unas veces se ponen de una forma y otras veces, de otra. Alberdi admitía la idea de la modificación, de la reforma, para poner la Constitución a la altura de los tiempos.
Esta reforma de 1994, señor presidente, que es contemporánea a nosotros, es absolutamente distinta de todas las anteriores. Fue una reforma en la que no se discutió ni se puso en tela de juicio que se hacía respetando íntegramente la Constitución Nacional, en particular, el artículo 30.
La declaración de la necesidad de la reforma fue sancionada por los dos tercios de la totalidad de los miembros de cada Cámara. Finalmente, se constituyó la Convención Constituyente, previo a elecciones inobjetables, donde 305 convencionales representantes de 19 bloques políticos nos sentamos a deliberar en Santa Fe y en Paraná sobre esa declaración de necesidad de la reforma.
Como presidente de esa Convención Constituye, cargo con que me honraran mis pares, quiero decir que fue muy grande el respeto que tuvimos por la Constitución de 1853. Ya en la ley declarativa de la reforma se habla decidido no modificar los contenidos pétreos de la Constitución de 1853. Fue así que las declaraciones, derechos y garantías de los primeros 35 artículos permanecieron inamovibles. Pero sí decidimos agregar un nuevo capítulo de derechos, a tono con los tiempos que se vivían, no para dejar sin efecto aquéllos, sino para reforzar ese espíritu de los constituyentes de 1853. Por eso incorporamos los nuevos derechos. Por eso incorporamos los derechos humanos, transformándose en la Constitución más avanzada del mundo en materia de incorporación de derechos humanos, al darle el carácter de letra constitucional a los tratados más importantes sobre derechos humanos existentes en el mundo.
Pero, además, señor presidente, cómo habrá sido nuestro respeto que reafirmamos los principios liminares de la Constitución de 1853, que estableció en esa tríada de sistema representativo, republicano y federal, las bases principales de la República, de la Nación Argentina. Y la hicimos más representativa, porque eliminamos la intermediación del Colegio Electoral en la designación de senadores, presidente y vicepresidente de la Nación. A su vez, establecimos mecanismos de democracia semidirectos, porque la representación había que complementarla con la participación, que es la otra idea fuerza que avanzó de la mano de la democracia.
Y la hicimos más republicana al establecer nuevos mecanismos de control que pudieran determinar la responsabilidad de los funcionarios públicos, al dar mayor publicidad a los actos de gobierno, que son los principios fundamentales sobre los que se basa el sistema republicano, acentuando también el principio de división de los poderes. Y la hicimos más federal cuando establecimos la autonomía municipal, dándole una jerarquía mucho mayor que la que tenía en la Constitución de 1853; cuando establecimos la participación del Congreso en las intervenciones federales; cuando establecimos que los recursos naturales pertenecen a las provincias.
Creo que el mejor homenaje que les podemos rendir a los constituyentes de 1853 es el de afianzar los principios fundamentales de ese artículo 1° de la Constitución Nacional, que nos habla de establecer un sistema representativo, republicano y federal, cuyas bases fueron afirmadas, extendidas, sostenidas y consolidadas en la reforma de 1994.
Hoy, señor presidente, estamos navegando con la Constitución de 1853, con las reformas antes expresadas. Digo “navegando” porque eran las palabras de Alberdi. Él decía que la Constitución general es la carta de navegación de la Confederación Argentina. En todas las borrascas, en todos los tiempos, en todos los tramos difíciles, la Confederación tendrá siempre un camino seguro para llegar a la salvación con sólo volver los ojos a la Constitución y seguir el camino que ella le traza para formar el gobierno y para reglar su marcha. Esa carta de navegación nos ha permitido también sobrellevar todos aquellos periodos de desencuentro de los argentinos y volver a transitar el anchuroso camino de la democracia.
Decía al comienzo de mi exposición que queríamos rendir un homenaje a los convencionales de 1853, no sólo por su obra y su dedicación, sino porque creo que estuvieron acertados al darnos esta Carta Magna en la forma en que lo hicieron, ya que en una época de individualismo, en la que solamente se hablaba de la libertad de comercio, supieron darnos una Constitución que daba prevalencia a los derechos de las personas.
Si yo quisiera calificar con una palabra la actitud de nuestros convencionales de 1853, diría que fueron sensatos. Fueron sensatos en los términos bíblicos porque, como se manifiesta en el Evangelio según San Lucas, Jesús decía a los que lo escuchaban: Todo el que escucha mis palabras y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa, pero ésta no se derrumbó, porque estaba construida sobre roca. Nuestros constituyentes de 1853 cimentaron la República construyendo sobre roca, una roca sólida, que son los principios en los cuales se sustenta la República. Son los principios de Mayo, son los principios de 1816, son los próceres de nuestra independencia, son las ideas de Moreno, de Belgrano, nuestras luchas por la independencia de América.
Todo fue recogido por nuestros constituyentes; por eso las palabras de Gutiérrez definiendo a la Constitución como la Nación hecha ley, porque resume nuestra historia, nuestras luchas, nuestros sacrificios, la sangre de nuestros próceres, de nuestros soldados. Por eso, yo decía que sobre esa roca sólida pudimos construir esta República que hoy vive y permanecerá por los siglos de los siglos. (Aplausos.)

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