Debate sobre el reglamento de la Convención

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8 y 9 de junio de 1994
9ª Reunión – 1ª Sesión ordinaria (continuación)
Versión Taquigráfica – Páginas 956 a 962

Sr. Menem. — Realmente no sé si en este momento puedo agregar algún modesto aporte a este debate. Me siento representado por todo lo que han manifestado mis compañeros de bloque, y estoy orgulloso de las exposiciones que he escuchado. Hace unos minutos me emocioné con las palabras del señor Convencional Maqueda.
— Ocupa la Presidencia el señor vicepresidente de la Convención Nacional Constituyente, don Alberto R. Pierri.
Sr. Menem. — Quizá podría evitar intervenir en este debate, porque creo que se ha dicho casi todo. Pero lo hago porque he sido partícipe y protagonista del proceso de reforma en estos últimos años, y como tal creo que era un deber moral sentarme en esta banca para asumir toda la responsabilidad que me corresponde como partícipe de este proceso de reforma que nos ha traído a esta Convención Constituyente.
He sido uno de los gestores del Pacto de Olivos, y lo digo con orgullo. El día de mañana voy a decir a mis hijos, y a los hijos de mis hijos, que me siento quizá con mayor satisfacción por haber gestado el Pacto de Olivos que por sentarme en esta banca, porque soy consciente de que he puesto mi granito de arena para la celebración de este pacto refundacional del nuevo modelo constitucional que va a regir a la Argentina en los próximos años.
Esta historia no ha comenzado con el Pacto de Olivos; viene de mucho tiempo atrás. Mi partido ha sido esencialmente reformista desde su nacimiento, y creo que no hace falta demostrarlo. Es uno de los pocos partidos que no tiene por qué andar explicando su posición reformista actual, porque siempre lo ha sido.
Hemos empezado a hablar de la reforma de la Constitución Nacional desde 1983 en adelante.
Hemos retomado el diálogo sobre la reforma, hemos recorrido el país hablando sobre ella y muchos de los Convencionales aquí presentes me han acompañado: García Lema, Carlos Corach, entre ellos. Era el tiempo en que nos decían en forma risueña: son los profetas de la reforma, los predicadores. ¡Qué satisfacción sentimos hoy al ver que nuestra prédica no ha caído en terreno estéril, sino en uno fértil y que estamos sentados en estas bancas por el voto del pueblo que ha compartido nuestra idea y nuestra decisión de reformar la Constitución Nacional! (Aplausos).
El partido radical también es y ha sido reformista, y lo prueba el impulso dado a la reforma propiciada durante el gobierno del doctor Alfonsín. Nosotros concurrimos a esa convocatoria en representación del Partido Justicialista en la comisión encargada de encarar la reforma. Allí discutimos con Carlos Nino, Gil Lavedra y otros representantes del radicalismo, y si no logramos un acuerdo definitivo fue porque las circunstancias de ese momento no lo permitieron. Pero la idea de la reforma estaba presente.
Por eso en la plataforma electoral de ambos partidos de 1989 estaba presente la reforma constitucional. Los radicales sostenían que era una pieza esencial para la modernización de la democracia y nosotros decíamos que era el pacto institucional para el progreso del país.
Entonces, ¿cómo puede extrañar que hayamos llegado a un pacto sobre la reforma dos partidos que éramos reformistas? Lo raro habría sido que no nos hubiésemos puesto de acuerdo. ¿De qué se tienen que extrañar si siempre hemos sostenido la reforma? No nos poníamos de acuerdo sobre la oportunidad, hasta que lo logramos luego de los avatares conocidos.
Cuando asumimos la conducción del país en 1989 impulsamos la reforma porque estaba en la plataforma electoral. Se integró así la comisión de juristas del Partido Justicialista, tomó cuerpo el proyecto del bloque de senadores, se produjo la sanción del Senado, luego del Pacto de Olivos, que le dio un impulso definitivo a la reforma, después la sanción de la Cámara de Diputados y la nueva sanción de la Cámara de Senadores, hasta que la ley 24.309 fue una realidad.
Estamos aquí reunidos sobre la base de esa ley. Claro que al pacto lo han atacado desde distintos ángulos los mismos que no querían la reforma de la Constitución; porque como bien dijo el señor Convencional Quiroga Lavié, hemos derrotado el tabú que existía en contra de la reforma de la Constitución.
¡Cuántas expresiones falaces se dijeron! Que no era necesario, que no era oportuno, que la Constitución había que cumplirla antes que reformarla, y el eterno argumento de la inoportunidad. ¡Cuántas veces muchas leyes y otras instituciones quedaron relegadas en nuestro país por este argumento de la inoportunidad! Tal vez si los convencionales de 1853 hubieran atendido ese argumento, ¡cuántos años más habría demorado la organización del país!
Dije en esas conferencias que el argumento de la inoportunidad era uno de los tantos sofismas políticos y recordaba a Bentham, respecto del sofisma del porvenir más oportuno. Decían no, no es oportuno, es bueno pero queda para más adelante. Lo que pasa es que no se animaban a discutir el fondo, porque sabían que el pueblo argentino quería reformar la Carta Magna.
También se atacó el pacto diciendo: cómo es posible que estando enfrentados hasta hace poco tiempo Alfonsín y Menem hayan podido celebrar un pacto; cómo es que siendo enemigos pudieron celebrar un pacto. Esto es al revés. Esto revela que los hombres, aun cuando están enfrentados, si tienen vocación de servicio superan las diferencias cuando están en juego los intereses fundamentales de la vida del país. (Aplausos).
Se habla también del pacto con total ligereza y se afirma que es por el afán reeleccionista del actual Presidente. Les quiero recordar que la posición del actual Presidente siempre fue en favor de la reforma y allí están los diarios y las publicaciones que no me dejan mentir. Lo dijo en el momento de mayor firmeza política del gobierno el doctor Alfonsín. Lo dije yo mismo en un artículo publicado en el diario “La Nación” el 5 de noviembre de 1986, bajo el título “Acentuar los matices parlamentarios”, que nos fuera solicitado a varios exponentes, que la circunstancia de que el doctor Alfonsín apareciera como el único candidato que tenía el radicalismo para 1989 no debía ser el único motivo que impulsara la reforma por los radicales, pero tampoco debía ser un obstáculo para detener el avance de la reforma por parte del justicialismo, porque la reforma estaba por arriba de las conveniencias particulares de los dirigentes políticos. Esto fue en 1986; entonces, ¡cómo pueden decir ahora que el pacto se impulsó por el afán reeleccionista, si siempre fuimos reeleccionistas! (Aplausos).
Ahora dicen que a raíz de este pacto el radicalismo ha perdido su rol opositor; sostienen que ha desaparecido la oposición. Yo digo que sólo alguien muy enceguecido por la pasión o alienado por la realidad puede sostener que el radicalismo no es oposición.
Los invito a que lean los periódicos, a que lean los diarios de sesiones de ambas Cámaras del Congreso para que vean cuándo el radicalismo ha votado junto con el justicialismo. No digo esto como un reproche, sino porque es una realidad. El radicalismo no nos acompañó con relación a ninguna de las leyes fundamentales que impulsó el actual gobierno para la transformación del Estado. No nos acompañaron con la ley de reforma del Estado, votaron en contra de la ley de emergencia económica, de la ley de convertibilidad, de todas las leyes vinculadas con las privatizaciones, de la ley de consolidación de pasivos, de la ley de reforma del sistema previsional y de muchas otras leyes.
Parafraseando un dicho popular, con aliados como éstos para qué necesito adversarios. Esta es la realidad. Se pueden quedar tranquilos los que temen que el radicalismo ha perdido su rol de oposición. No nos vamos a identificar, porque somos distintos, porque tenemos ideas diferentes. Ellos no están de acuerdo con el programa económico y nosotros lo defendemos. Nos han colgado el rótulo de modelo neoliberal y de muchas otras cosas que defendemos; no vamos a identificarnos.
Vamos a seguir en ese papel de gobierno y oposición mientras seamos gobierno. Pero estoy seguro de que cuando lo reclamen los intereses superiores del país vamos a estar juntos nuevamente celebrando todos los pactos que sean necesarios para la grandeza de la Nación, porque así lo reclama el pueblo argentino. (Aplausos).
Hoy se discute el Reglamento, que en algunas intervenciones ha sido tomado como un pretexto para extenderse en otros temas. Y está bien que así sea. Ha resultado un criterio saludable, porque hemos podido debatir todos los problemas en esta Asamblea que representa el más amplio arco ideológico que se haya visto jamás en la historia argentina en una Convención de esta naturaleza. Estoy seguro de que vamos a hacer catarsis, porque nos estamos diciendo todo lo que teníamos ganas de decirnos.
Aquí hay protagonistas de la vida nacional de los últimos años que han estado enfrentados, que se han denostado, y éste es el ámbito adecuado para debatir las ideas.
Estoy seguro de que con motivo de esta Magna Asamblea vamos a tener la oportunidad de saldar muchas deudas del pasado. Vamos a tener la posibilidad de decirnos de frente —pero con altura— todas nuestras razones, todas nuestras ideas y probablemente, luego de esta Asamblea, podamos ir gustosos a los únicos funerales a los que se puede ir de esta manera, no a los funerales de la República, como se ha dicho, sino a los de un país de los desencuentros, de las antinomias, de los odios y de los rencores para vivir este nuevo país que va a surgir, de la Argentina de la solidaridad, del encuentro, de las coincidencias y del disenso racional. A esto es —por lo menos— a lo que aspira el partido que tengo el orgullo de representar.
Uno de los temas que ha generado mayores dificultades o críticas es el relativo a la votación conjunta del Núcleo de Coincidencias Básicas.
Sobre este punto ya se habló bastante; creo que los argumentos están prácticamente agotados. Sólo quiero hacer un enfoque —que ya tuve oportunidad de anticipar a la opinión pública— que trata de demostrar que éste es verdaderamente un sistema, porque aquí se han dado razones sociológicas y filosóficas en favor y en contra de la idea del sistema. Creo que este sistema de votación no impone ninguna mordaza a nadie porque todos pueden opinar — ¡y vaya si lo han hecho!— sobre todos y cada uno de sus puntos. Pero se defiende la votación en conjunto del Núcleo de Coincidencias Básicas por razones políticas y también jurídicas.
Hablamos de razones políticas porque —como se ha dicho en varias oportunidades— es el resultado de un pacto, de un acuerdo entre las dos fuerzas mayoritarias, convalidado por las autoridades máximas de ambos partidos y receptado por una ley del Congreso de la Nación sancionada por la mayoría calificada de los dos tercios del total de los miembros de ambas cámaras, aun cuando los justicialistas sostuvimos —y seguimos sosteniendo— que bastaba con los dos tercios de los miembros presentes, y no hemos resignado esa posición.
Por otra parte, está el mandato popular. La ley ha sido legitimada por el pueblo, porque quienes participamos en la campaña electoral fuimos con esa ley en la mano; no engañamos a nadie. Por el contrario, incurriríamos en un engaño si votáramos en forma distinta a lo que le hemos dicho al pueblo. El 10 de abril se selló un contrato electoral con nuestro pueblo y no estamos dispuestos a incumplirlo. Por ello este tema está perfectamente justificado y legitimado políticamente.
Además, hay profundas razones jurídicas, porque una de las notas es que somos una República con un gobierno representativo, republicano y federal, como consagra el artículo 1º de la Constitución. Y una de las características de la República es la división de los poderes del Estado en tres departamentos. El poder es uno solo pero está repartido en tres departamentos: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Nadie en esta sala puede negar que se trata de un sistema de gobierno, de un sistema armónico y equilibrado. Ese ha sido el propósito de los constituyentes de 1853 a través de una doctrina que, sistematizada por Montesquieu en “El espíritu de las leyes”, se desarrolló a través del tiempo, la de la división y el equilibrio de los poderes. Claro, era el equilibrio de 1853 y con el correr de los años se fue produciendo el desequilibrio de esos poderes.
¡Cuántas veces se habló en los últimos años del desequilibrio de esos poderes, del avance del Poder Ejecutivo sobre los otros dos poderes! ¡Cuántas veces se dijo que había que equilibrar nuevamente este desequilibrio vertical! Al mismo tiempo, también había que equilibrar este desequilibrio entre la Nación y las provincias. De esto se trata, señor Presidente.
Este Núcleo de Coincidencias Básicas surgido del Pacto de Olivos tiende a formular un nuevo equilibrio de poderes. Es un nuevo equilibrio dinámico, donde se limitan facultades al Poder Ejecutivo y se fortalecen el Poder Legislativo y el Poder Judicial. Y ello es fácil comprobarlo a través de la simple lectura del Núcleo de Coincidencias Básicas. ¿O alguien va a negar que se atenúa el régimen presidencialista cuando se establece la figura del jefe de gabinete sometido a censura por parte del Parlamento, cuando se quita al Poder Ejecutivo la facultad de designar directamente a los jueces y se establece un sistema con intervención del Consejo de la Magistratura o cuando se lo priva de la facultad de elegir al intendente de la Capital? ¿Alguien va a negar que se fortalece el Parlamento a través de la extensión del período de sesiones o del nuevo procedimiento para sancionar leyes? ¿Alguien va a negar que se fortalece el Poder Judicial con el nuevo sistema de designación de los magistrados o con el papel preponderante que va a tener el Consejo de la Magistratura y tantas normas más?
Entonces, de lo que se trata es de un nuevo equilibrio de poderes. Y si la forma republicana de gobierno —que tiende al equilibrio de los poderes— es un sistema, las normas que tienden a equilibrarlo también forman parte de un sistema.
En un artículo periodístico se publicó algo que quiero aclarar por lo manifestado por un señor convencional. Yo no lo llamé paquete. El título lo puso el diario que lo publicó. Asimismo, en otro artículo hablaba del perímetro de la reforma y el diario lo tituló “Basta de bromas jurídicas”, que era algo que señalaba en su contenido. De igual manera se procedió con el artículo al que hice referencia; nunca hablé ni acepté el término “paquete”. Siempre hablé del Núcleo de Coincidencias Básicas.
Y no es un problema semántico, porque cuando hablamos de un núcleo de coincidencias estamos dando la idea de ese sistema.
Por eso yo decía que las materias que integran el núcleo hacen a un nuevo sistema de equilibrio de poderes y confirman un todo indivisible cuyos asuntos deben ser resueltos por sí o por no, en una sola y única votación. Configura un sistema porque sus elementos se integran de manera independiente e interrelacionada. Por el contrario, el fraccionamiento de los componentes del Núcleo podría provocar una organización asistemática por falta de racionalización en el tratamiento coordinado y compatible de sus elementos.
El sistema no se puede aplicar a medias. No es una oferta declamativa sino operativa de la traída de poderes que definen la nueva estructura del Estado. En consecuencia, el Núcleo requiere la concurrencia simultánea de todos sus elementos, de todas sus partes. El núcleo describe la composición, división y equilibrio de poderes, como nota definitoria de la República. Los tres elementos del Núcleo son partes del todo, hacen a la nueva estructura de poder y por eso deben ser votados en conjunto.
Aquí se ha dicho con alguna ligereza que si radicales y justicialistas tienen los votos necesarios, por qué no se vota tema por tema; si igualmente —dicen— conseguirán la mayoría requerida. Proceder de esa forma desvirtuaría la concepción de unidad y de núcleo; ya sé que tenemos los votos, pero nosotros lo concebimos como un nuevo equilibrio de poderes. Es un problema de principios; no es un problema de sumatoria de votos. (Aplausos). La forma de votar la reforma es consecuencia lógica de la coherencia sistémica en la redefinición republicana. Por eso, el Núcleo, como unidad, debe ser objeto de una sola votación en bloque. La opción pasa por incorporar la totalidad del sistema o por rechazarlo en su conjunto; o aceptamos este nuevo equilibrio o lo rechazamos. Si se quitan o suman elementos a la ecuación se altera su identidad y de suyo la forma republicana en el nuevo diseño propuesto…
Sr. Presidente (Pierri). — Le solicitan una interrupción, señor convencional.
Sr. Menem. — Al final de mi exposición, si me queda tiempo, las concederé.
Sr. Presidente (Pierri). — Le quedan 3 minutos, señor convencional.
Sr. Menem. — Los convencionales constituyentes hemos sido convocados a decidir si reformamos la Constitución, en cuanto al Núcleo de Coincidencias Básicas se refiere, en las condiciones en que han votado legisladores y pueblo.
La soberanía constituyente, como soberanía final, debe ser consecuente con la soberanía original, legal y electoral. No es una habilitación para que los convencionales constituyentes hagan lo que quieran y como quieran, sino sólo en los límites del mandato conferido. Sólo los convencionales tenemos la facultad de modificar, de incorporar, de sustituir y derogar determinados artículos de la Constitución. Sólo nosotros podemos hacerlo, pero sólo también sobre las materias y por los procedimientos dispuestos por el propio pueblo a través de su voluntad antecedente.
En síntesis, el Núcleo es un sistema que hace a la forma republicana de gobierno y afecta la ecuación de poder, por lo que se impone su tratamiento indivisible y su votación conjunta.
Lamentablemente tengo que poner fin a mi exposición; tengo mucho por decir, pero voy a redondear mis conceptos refiriéndome a los beneficios de la reforma.
Muchas veces se ha preguntado aquí ¿para qué sirve la reforma? Mucha gente y muchos opositores a la reforma preguntan en qué le sirve esto al ciudadano. ¿Le permitirá solucionar sus problemas de alimentación y vestido? Otra falacia, porque nunca alguien ha planteado que la sola sanción de la Constitución solucionará los problemas de la gente.
Siempre dijimos que esto no se debe ver como un catálogo de ilusiones, ni como una panacea. Se trata de recrear un ámbito de libertad, de recrear una nueva ecuación de poderes para que el ciudadano, en plenitud, pueda redefinirse conservando su identidad, trabajar por su futuro y el porvenir. La ley por sí sola nunca produce esos efectos.
No hubo matrimonios más felices por el hecho de que se haya sancionado la ley de matrimonio civil; ni el Código de Comercio trajo aparejado que los comerciantes hicieran mejores y buenos negocios. Se trata de crear ámbitos y de asegurar los beneficios de la libertad, porque a eso apuntamos en definitiva.
Fernando Savater, en su libro “Ética para Amador” recuerda —en su última parte— que una vez se le preguntó a un político español republicano, don Manuel Azaña, si él creía que la libertad hacia más felices a los hombres, y él respondió que no sabía si los hacía más felices, pero sí que los hace más hombres; y de esto se trata precisamente. Ese es el motivo de nuestra acción. Es el hombre, es el principio y fin de la comunidad organizada, como decía el general Perón. Es al hombre concreto, al hombre real a que hacen referencia las encíclicas papales o al que se dirige nuestra acción.
Ese debe ser nuestro compromiso, al que significativamente Miguel de Unamuno, en su obra “Del sentimiento trágico en la vida de los pueblos y de los hombres” se refiere diciendo: “El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere; el que come y bebe y juega y duerme y piensa; el hombre que se ve y a quien se oye; el hermano, el verdadero hermano”.
Es a ese hombre, es a ese hermano a quien debemos dedicar nuestros mejores esfuerzos. Si así no lo hacemos, Dios y la Patria nos lo van a demandar. (Aplausos prolongados. Varios señores convencionales rodean y felicitan al orador).

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